Sorpresivas resultaron las imágenes en que Ángela Aguilar apareció vestida de novia para lo que muchos pensaban era para la grabación de un videoclip o un gancho publicitario planeado con el cantante Christian Nodal, pero como transcurría el día y también los rumores, es que seguían apareciendo imágenes de la aparente boda, que después fue confirmada por tomas televisivas de reporteros audaces y luego por la confirmación del padre de Ángela y más tarde por la propia novia. Con tal determinación, Ángela parece dejar en claro que su carrera como cantante obedece a una tradición familiar más que a una vocación artística, ya que el vínculo matrimonial parece tirar al sesto de la basura la nueva dirección al que se iba a dirigir su imagen como joven sensual y deseosa y no la niña tonta y fresa que sin voluntad propia se acobijaba a las órdenes de papá. Ahora Ángela no representa los esquemas de libertad para la travesura sexual sino de la comprometida cónyuge con la fidelidad, la vida frente a una fogata de hogar y quizá pronto entre biberones que calentar. Los errores anteriores y actuales de la joven estadounidense de veinte años parecen condenarla a la intermitente aparición de una cantora ranchera como pose familiar y manera de obtener un ingreso económico y hasta la ocasión para cantar solamente por diversión de tener aparadores y halagos aunque sean de una prensa comprometida al prepago y a las relaciones públicas de su familia.