TV DE CABEZA |
Ahora que la televisión se encuentra amenazada de muerte ante la revolución tecnológica y la comodidad dispositiva, tenemos que valorar cual ha sido su herencia para la nueva era de la comunicación. No podemos culpar al viejo mueble de cuatro patas y pantalla, como lo era en sus orígenes, de no habernos brindado una buena educación o por lo menos un buen ejemplo como país al proyectar como máximos comunicadores a Zablubovsky, López-Dóriga, Ricardo Rocha, a Pedro Ferriz o a intelectuales orgánicos, igual de podridos de intereses como Enrique Krauze, Octavio Paz o José Luis Cuevas que nada tienen que ver con el arte cmo expresión genuina ni con la creatividad televisiva y sí con la barrera de contención neogeneracional. Tampoco la podemos culpar de no haber aprovechado a talentos de la conducción como Marisol González o Gaby Ramírez con buenos contenidos por darle lugar a las vulgaridades y a la ociosidad con parsimonia de programas de bajo nivel intelectual que conducía Adal Ramones. Y no vamos a culpar a la televisión por ello, porque su principal objetivo es el entretenimiento y no la educación ni el buen ejemplo, en el estricto sentido social pero sí en el ético, pero de lo que sí la podemos responsabilizar es de haber creado una cultura antilectora, un control mediático para justificar el saqueo emprepresidencialista e inculcar la pasividad política en el más amplio sentido de la palabra, que implica la incapacidad de asumir y de organizarse. Los programas de la televisión mexicana en los años sesentas, setentas y ochentas, lograron estar al nivel de la televisión de España y de Estados Unidos, por lo que México se convirtió en el aparador mundial de la música hispanoamericana y de los melodramas, pero también resultó la programación de TV. un claro plan funcional para el fraude electoral y la corrupción como un paisaje normal y habitual a cambio de gratos momentos de entretenimientos encausados a la conducta materialista y misógina. La televisión en la actualidad, parece estar herida de muerte y sin la capacidad de adaptación que tuvo la radio ante su llegada. Su enfermedad que la aqueja y la está llevando a la muerte, no solamente es la revolución tecnológica que le toca vivir en este siglo y que no sólo se ha agudizado por la pandemia que embarga a la humanidad, sino también por su modelo obsoleto ante la revolución presidencialista que modifica la vida pública del país aunque no tenga un punto ideológico generalizado profundo, debido a la falta de bases estructurales que en mucho también la televisión se encargó de no construir, y que no quiere morir sin antes, intentar recuperar su predominio o por lo menos contagiar a las nuevas vías comunicativas, de sus arraigados vicios.
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