Solamente el hombre que sabe su vocación está dispuesto a luchar contra dragones, si existen lo matarán victorioso y sino existen, morirá hasta intentar encontrarlos. Aquel que no encuentre su vocación no tendrá el motor de vida necesario para poderse alejar de lo que falsamente, un aparato de manipulación nos ha dictado como verdadero. Los últimos esfuerzos y suspiros, de Tomás Mojarro, único locutor de transmisión política filosófica en la historia de la radio en México, fueron frente a un micrófono aprovechando su nuevo matrimonio con la tecnología de la cual se dejó enamorar con tal de seguir transmitiendo su palabra y cuyo enlace lo acompañó hasta su lecho de muerte. Lejos de las tentaciones de fama, estatus, reconocimientos adquiridos en los eventos sociales y en la paga más que en la genuidad honorífica o de las credenciales que para muchos es la única evidencia de ser lo que son, Tomás Mojarro muere profesando su verdad y entre aplausos de aquellos que presumen no sufrir sordera. Aquí la evidencia auditiva y visual de los últimos momentos de un comunicador, quien cual cazadragones o torero, muere en una tarde soleada, sabedor que la fiesta depende de su muerte más que de su vida.